Cuando se habla de olivos, se piensa en su fruto, la aceituna. Cuando se busca la belleza de un olivo, se fija uno en su porte, en su antigüedad, con frecuencia centenaria. Y cuando imaginamos un olivo, lo que vemos es el dibujo de una rama de hojas plateadas, de donde cuelgan racimos de brillantes olivas. Y es una pena que en un olivo no aprecie sus flores más que el agricultor.
Como otros árboles y plantas los olivos florecen en primavera y nos regalan de sí estampas preciosas, como la foto con que encabezo esta breve reseña. Las flores son pequeñas, de color blanco cremoso y brotan en racimos. Por estas tierras a la flor del olivo se la conoce con el nombre de esquimo.
Este año, por lo que he podido ver, los olivos de Arcos de la Frontera han florecido en abundancia y hasta hace poco se podían ver los árboles cargados de esquimo. El color de las flores y los brotes de hojas nuevas, bajo los rayos del sol vestían los olivos con reflejos plateados. Daba gusto verlos. Fecundadas las flores, lucen ya las pequeñas aceitunitas que empiezan a desarrollarse.
La variedad de aceituna más habitual en las tierras de Arcos es la zorzaleña. Hay también arbequina, picual y hojiblanca. Los olivares, antes muy extensos en las fincas, se cultivan ahora más bien en pequeñas parcelas. La aceituna obtenida se muele para obtener aceite para el consumo doméstico o se vende por sus propietarios al molino y este, una vez molida, comercializa el aceite. Parte de las aceitunas recogidas en Arcos se aliña como aceituna de mesa, siguiendo un proceso artesanal.
Texto y fotos: Lola Esquivias
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